Es difícil encontrar un ejemplo mejor y mayor de amor que un matrimonio de ancianos que se cuidan y quieren. Recuerdo una historia, basada en la realidad y contada hace muchos años por una Autoridad General de La Iglesia de Jesucristo, que en una ocasión visitó a un buen amigo suyo, a quien conocía desde que ambos eran jóvenes.
Ellos habían sido compañeros sirviendo una misión. Posteriormente volvieron a coincidir cuando retomaron sus estudios universitarios. Se casaron casi al mismo tiempo, y durante el resto de sus vidas asistieron con sus esposas, hijos y nietos al mismo barrio de la iglesia en la que, en ocasiones, habían trabajado codo con codo en llamamientos de la misma organización.
Pasaron los años. Un día, quien contó esta historia fue a visitar a su querido amigo y esposa. Quería saber cómo habían sido los resultados de unos análisis clínicos sobre unas molestias que la mujer tenía desde hacía un tiempo. Ella no estaba en casa es ese momento, pero le recibió él. Estaba vestido con ropa deportiva y una toalla alrededor de su cuello, para secarse el sudor.
“He estado practicando bicicleta estática. A partir de hoy lo haré todos los días.” – dijo su amigo – “Quiero estar en buena forma. Mi esposa ha sido diagnosticada de Alzheimer, y quiero poder estar en buena forma para cuidar de ella durante todos los años que vivamos juntos…”
Les dejo con un mensaje que nos invita a afrontar los duros momentos de enfermedad y vejez que, algún día, todos tendremos que afrontar. Un mensaje que habla del amor y fe necesarios para comprender el porqué de estos momentos en nuestras vidas, y qué podemos aprender de estas situaciones.